Consultoría, psicología y psicoterapias

La consultoría filosófica no es una rama de la psicología ni tampoco compite con ella ya que no puede considerarse como una terapia.

La palabra «terapia» tiene tantos usos actualmente que, muy probablemente, ha perdido algo de su contenido. No obstante, podríamos consensuar en que tiene una acepción bastante aceptada respecto a la salud: un proceso terapéutico es aquel que tiende a buscar la cura de algún malestar.

Desde aquí nos podemos preguntar ¿es la consultoría filosófica una terapia? si nos retrotraemos al origen griego de θεραπεύειν (therapeuein) como “cuidado”, “atención” o “alivio” no habría ningún impedimento para que una práctica filosófica que pretende el cuidado de sí, no pueda ser considerada como “terapia”.

Sin embargo, el problema de presentar a esta disciplina como «terapia» en un contexto social que utiliza a esta palabra como un sinónimo de salud física y como esperanza de obtener una cura es que se estaría generando una falsa expectativa en las personas bajo la promesa de un resultado que no se puede demostrar empíricamente. Pero, además, no es que la consultoría filosófica solo actúe por prudencia al no prometer alcanzar la cura de algo mediante su desarrollo; lo que sucede es que tampoco es el paradigma de la salud un marco teórico para esta práctica.

Más allá de las diferencias de criterios que existen en la filosofía en torno a la definición de consultoría, podemos afirmar que existe un acuerdo en que esta práctica no trata con enfermedades ni con gente enferma, si no con problemas. ¿Esto qué significa? Que aquella persona que presenta una cuestión por resolver no es necesariamente un “anormal” ni sufre de ninguna circunstancia digna de ser catalogada con alguna categoría que posea el sufijo “patía”. Por ello es que la consultoría filosófica es una “terapia para cuerdos” al decir de Lou Marinoff. Aquí no se buscará la normalidad, ni la simetría con estándares prescriptos por el DSM (Manual de Diagnóstico y Estadístico de Enfermedades Mentales cuya última edición presenta más de 300 trastornos). De lo que se trata es más bien de ver al otro como un igual, sin juegos de poder, que tiene un problema que no está pudiendo resolver por sí mismo y que requiere de herramientas para hacerlo. Así, se llegará a niveles máximos o mínimos pero nunca a lo “normal” por ser esta una categoría ficcional y por demás excluyente.

Por supuesto que esto no significa que se nieguen patologías mentales ni que la consultoría se crea capaz de solucionar todos los problemas; de hecho se recomienda tener la preparación suficiente como para derivar aquellos casos que exceden la ayuda que una persona formada en filosofía puede brindar. La cuestión pues, no radica en negar la psiquiatría ni las psicoterapias, sino en evitar subsumir a la totalidad de la población a conceptos y taxonomías que niegan su individualidad y le quitan “estatus de sanidad” aleatoria e innecesariamente.

Para ilustrar estos conceptos, acudiré al filósofo Byung Chul Han quien en su libro La sociedad del cansancio (2015) afirma que patologías mentales como la depresión, angustia y ansiedad pueden ser consideradas como las verdaderas epidemias del siglo XXI. A esta conclusión llega mediante un abordaje filosófico de nuestro contexto socio-histórico por ver a dichas enfermedades como producto de la constante auto-exigencia, resultado de una sociedad excedida de positividad que no acepta el no poder más.

¿Para qué traigo a colación esto? Detengámonos en una persona que padece ansiedad o depresión. La ciencia médica ha determinado que drogas como el Alprazolam o la Paroxetina son eficientes para disminuir sus efectos al reforzar la actividad serotoninérgica; aquí estamos situados en un plano eminentemente biológico-químico. Ahora bien, terapias psicológicas como la cognitiva-conductual se pueden aplicar al mismo tiempo que la medicación para que dicha persona pueda tener un abordaje más integral de su padecimiento. Sin embargo, reflexionar en torno a nuestros modos de vida, tal como lo hace Han, no pareciera ser promovido ni por la medicación ni por este tipo de terapia. Pero: ¿ha “curado” a alguien su ansiedad leer a este filósofo?

Así como los seres humanos estamos mediados por lo biológico, lo mental y lo social, el abordaje de sus padecimientos tendría que poder ser coherente con nuestras múltiples complejidades. No le podemos exigir a una droga que reflexione en torno a las conductas que provoca un modelo socio-económico, ni tampoco a una pregunta que sea capaz de reactivar la captación de serotonina.

¿A qué voy con todo ello? A que las distintas prácticas filosóficas, y la consultoría filosófica en particular, se direccionan hacia fines distintos que las terapias psicológicas o psiquiátricas, complementando su abordaje pero sin reemplazarlo.

Sin duda, sería un gran golpe de efecto anunciar que a través de la filosofía aplicada se puede curar la ansiedad, la depresión y la angustia, pero esto no sólo sería muestra de una total deshonestidad intelectual sino que, además, no se cuenta con trabajos de investigación que puedan avalar dicha sentencia. Por todo ello, es que no existe una mirada “clínica” dentro de esta práctica filosófica, no porque se nieguen las patologías, sino porque se afirma que los seres humanos tenemos una dimensión social-existencial que ha sido pensada por la filosofía desde sus orígenes hasta la actualidad.

La consultoría filosófica se presenta, entonces, como ese espacio abierto a la reflexión acerca de temas que van más allá incluso de las patologías mentales y que desde siempre han problematizado nuestro existir, cuestiones que desde una mirada empírica quizás no se puedan abordar pero que son cruciales. Aquí cobra relevancia la idea de Schlomit Schuster al respecto de que la práctica filosófica no es una terapia alternativa sino una alternativa a la terapia.


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