El filósofo práctico es especialista en preguntar y acompañar a las personas en su proceso reflexivo, pero no es un “todólogo”.

La consultoría filosófica tiene el potencial para ejercitar en nosotros capacidades múltiples: de argumentación, de análisis crítico, de reflexión sobre la propia existencia. Así pues, si es cierto que la filosofía piensa “la totalidad de lo real”, en el espacio de consultoría pueden aparecer y abordarse absolutamente todos los temas que atañen a la condición humana.
Sin embargo, esto no significa que la práctica en sí no tenga sus propios límites. En primer lugar, encontramos la cuestión del alcance y la capacidad del filósofo práctico a la hora de relacionarse con un consultante. Aunque sea vicio de muchos, el filósofo debe reconocer que no es un “todólogo” y que existen infinidad de campos en los cuales su estudio y su preparación no otorgan las herramientas adecuadas para abordar ciertas problemáticas. No obstante, si se retoma la ignorancia socrática, se podrá servir en muchos aspectos no ya desde la sabiduría concreta sobre un tema, sino más bien desde la posibilidad de percibir estructuras formales que están por debajo y que son factibles de ver y analizar filosóficamente.
Ahora bien, aunque el asesoramiento se diferencie de la psiquiatría e incluso llegue a criticar el excesivo celo clínico que existe en la actualidad, donde la mayoría de los conflictos parecieran solucionarse con una medicación adecuada, desde ningún punto de vista se niega la existencia de casos que requieren de un tratamiento médico.
En este sentido, podemos trazar junto con Lou Marinoff la diferencia entre “malestar” y “trastorno”. El primer concepto hace referencia al conflicto cotidiano que ha de convertirse en la materia con la que trabaja el filósofo práctico, mientras que por “trastorno” deberemos entender aquel padecimiento producto de alguna alteración física o biológica. Un malestar no nace necesariamente de un trastorno físico ni deviene en él. Así como un dilema ético no se resuelve con kinesiología, un esguince de tobillo no se cura con reflexión moral.
Aquí radica, entonces, la capacidad que debe tener quien se dedique a la consultoría para analizar el origen del problema, encontrando el punto medio entre la negación de la medicina y la sintomatización de todos los conflictos. Incluso hay autores que afirman que llevar adelante tanto un tratamiento médico como consultas filosóficas ante algún problema de salud grave resulta positivo para las personas afectadas.
No obstante, otra de las fronteras que esta disciplina no debe traspasar es la pérdida de rigor académico, es decir, la caída en facilismos conceptuales que vacían de contenido a la orientación en pos de recetas fáciles que lleven a la auto-superación. Es una tentación muy grande tomar categorías aisladas de diferentes corrientes, sean occidentales, orientales, antiguas, medievales, modernas o contemporáneas y confeccionar un sistema cuasi mágico de palabras agraciadas y frases reveladoras pero que carecen de una estructura firme lo que no hace más que convertir todo este esfuerzo en un subproducto más de la cultura kitsch.
De tal forma, atravesados por los avatares posmodernos, la posibilidad de confeccionar un discurso que respete sus normas y explote categorías difusas como “espíritu”, “energía”, “vibraciones”, etc., en búsqueda del éxito económico se presenta por momentos como una salida rápida para mitigar el vacío laboral al cual se ve sometido la filosofía.
En este sentido, de lo que se tratará es de evitar caer en esta situación, no por cuestiones de prejuicio, sino porque la consultoría podrá ser relevante para las personas sólo si está basada en la rigurosidad y la reflexión profunda que provee la práctica filosófica entendida como práctica teórica que interpela lo real.
Así, el filósofo práctico habrá de buscar el punto medio entre la “banalidad” y el academicismo extremo que no hace más que encerrar a los conceptos dentro de la investigación universitaria, confinando al filósofo a un mundo aislado con nulo contacto con la sociedad y sus personas.