El estoicismo como práctica filosófica

La escuela estoica es un antecedente directo de la consultoría filosófica al ser una filosofía para la vida.

Podemos considerar al estoicismo como una filosofía práctica, terapéutica y transformadora del ser a partir de la reflexión sobre la propia vida, para poder alcanzar la sabiduría, la paz, la felicidad en tanto serenidad (ataraxia), libertad interior (autarkeia) o ausencia total de pasiones (apatheia).

Para lograr esto, los estoicos han desarrollado ejercicios o estrategias en tanto askesis, actividad interior que busca favorecer la introspección, el conocimiento de sí que se requiere para poder auto-controlarse.

El primero de estos ejercicios al cual nos vamos a referir es el examen de conciencia como reflexión sobre el propio actuar. Dicho examen se vuelve un ejercicio metódico ya que es propuesto como tarea constante en la vigilia y reflexión sobre los actos propios, analizando el obrar no para “torturarse” por lo hecho mal en el pasado, sino para estar atento en el presente, aceptando que somos seres que actuamos y que podemos tomar control sobre lo que hacemos para que ello sea coherente con una vida sabia.

Este examen de consciencia, esta ascesis mental también se acompaña con la ascesis física. Nos dice Epicteto:

Toda gran facultad es peligrosa para el principiante. Por consiguiente hay que soportar ese tipo de cosas según la capacidad; algunas son acordes con la naturaleza, pero no para el débil. Vete aplicándote a un género de vida como de enfermo para que alguna vez vivas como persona sana. Ayuna, bebe agua, abstente alguna vez por completo del deseo, para que alguna vez desees razonablemente. Y si deseas razonablemente, cuando poseas en ti algún bien, desearás bien. (Epicteto, Libro III, XIII, 20-21)

A su vez, una de las máximas que se desprende de la escuela estoica y que se repite hasta nuestros días, es aquella que sostiene que hay que saber reconocer entre aquello que podemos controlar y aquello que no (Epicteto, Enquiridion, Libro I). De tal forma podemos preocuparnos sobre lo que nos concierne y aceptar lo que escapa a nuestra voluntad. De esto devienen otras ideas como la de comprender que los hechos no nos afectan, que nos afectan nuestras ideas sobre los hechos.

Así pues, para poder alcanzar este nivel de sabiduría había que desarrollar la facultad de discriminación. Al respecto nos dice Marco Aurelio:

A los consejos mencionados añádase todavía uno: delimitar o describir siempre la imagen que sobreviene, de manera que se la pueda ver tal cual es en esencia, desnuda, totalmente entera a través de todos sus aspectos y pueda designarse con su nombre preciso y con los nombres de aquellos elementos que la constituyeron y en los que se desintegrará. Porque nada es tan capaz de engrandecer el ánimo, como la posibilidad de comprobar con método y veracidad cada uno de los objetos que se presentan en la vida, y verlos siempre de tal modo que pueda entonces comprenderse en qué orden encaja, qué utilidad le proporciona este objeto, qué valor tiene con respecto a su conjunto, y cuál en relación al ciudadano de la ciudad más excelsa, de la que las demás ciudades son como casas. (Marco Aurelio, Meditaciones, III, 11)

Este ejercicio de vigilia permanente, permitirá lograr discriminar, separar aquello que es real o permanente de lo que es ilusión o fantasía (phantasiai). Esta “ilusión” la vemos relacionada con aquellas ficciones que constituimos sobre el mundo y que, en ocasiones, nos alienan de él al volverse discursos para dar significado pero, al mismo tiempo, nos presentan un modelo que no cuestionamos. Desde el estoicismo, reconocernos como parte de un sistema más grande que no podemos controlar, será una manera de romper con la ilusión (y ficción) de la omnipotencia, generando así la condición de posibilidad para alcanzar la serenidad y la impasibilidad.

Podemos denominar a esta actitud de atención constante de sí como prosoché. En sí no podríamos llamarlo un ejercicio en tanto “técnica” sino más bien como un estado de alerta que nos lleva a vivir el ahora, el presente. La prosoché es el resultado de la concentración sobre el presente, un camino para “despertarse”, de tomar conciencia de lo que se hace y de quién se es, de manera tal de alcanzar la libertad de aquel que no se preocupa de lo que está más allá de sus limitaciones.

Adherida a esta práctica de atención, sobreviene la praemeditatio malorum, una visualización negativa que, sin olvidar al presente, invita a meditar sobre los “males” que puedan acontecer como forma de aceptar que son parte de la existencia. Claro que, cabe decir, el mal como tal no existe para los estoicos, ya que esta categoría es el resultado de los juicios que hacemos sobre los hechos.

Así entonces, dicha praemeditatio es un ejercicio de toma de conciencia sobre la naturaleza, un camino para estar atentos a que el dolor, la pérdida o la muerte sobrevengan sin que ello (la conciencia de tales eventos) repercuta en el bienestar presente. De esta manera, no sólo se gana en aceptación de lo que pueda ocurrir, sino también que se ejercita en la crítica hacia nuestras expectativas sobre el mundo, siendo la “clave” para el bienestar adaptar nuestros anhelos a los que el mundo es.

Este ejercicio de reflexión sobre las expectativas es el que vemos como parte fundamental de la consultoría filosófica ya que tal auto-control no es comprendido como un camino para vivir “amargados”, sino más bien como forma de estar en paz con lo que sucede: somos seres deseantes que encuentran la calma al comprender, mediante la reflexión, que no todos nuestros deseos habrán de ser conformes a lo que acontece debido a que no tenemos control sobre la totalidad.

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